A principios de los años 2000 el mundo ya
tenía conciencia del desafío global al que nos enfrentábamos con el cambio
climático, singularmente en España por nuestra dependencia del petróleo. La
instalación de un kilowatio fotovoltaico costaba por esas fechas entre 6 y 7
veces más de lo que a día de hoy cuesta.
El gobierno decidió estimular la
instalación de energía renovable a través de subvenciones a la producción, que
con el tiempo se mostraron disparatadas e insostenibles y que una vez retiradas
con la llegada de la crisis, hicieron que fondos, grupos de inversión, bancos,
empresas y particulares cosecharan pérdidas que ocasionalmente llevaron a gente
a la ruina. Ni hablamos de las instalaciones de autoconsumo de esas fechas, que
por lo desorbitado de su coste inversión, no podían amortizarse a lo largo de
la vida útil de la instalación.